lunes, 22 de febrero de 2016

CELEBRAMOS EL 26 DE FEBRERO (2016)

DÍA DE LA ISLETA.
Nuestro centro educativo se prepara para conmemorar el Día de La Isleta. Desde el proyecto educativo “La Azotea”, que tenemos en marcha en nuestro centro, queremos hacer una particular reflexión en esta jornada festiva y reivindicativa.
EN EL DÍA DE LA ISLETA , 26 DE FEBRERO, UNA REFLEXIÓN DESDE “LA AZOTEA”.
LA ISLETA, PAISAJE DE UNA CIUDAD.

Desde el año 2010, a iniciativa de un grupo de vecinos del barrio, cada 26 de febrero se celebra el Día de La Isleta. La elección de la fecha no es casual, pues fue en la señalada jornada, pero del año 1883, cuando se iniciaron las obras del Puerto de la Luz, comenzando a su vez una radical transformación en esta parte del municipio. Un cambio profundo que afectó a la urbe y a la isla entera, incluso a la forma de entender el paisaje de Las Palmas de Gran Canaria. El ensanche urbano se dirigió hacia el norte, colmatando el estrecho istmo y haciendo que a partir de entonces, la imagen, el escenario ciudadano, cambiara su telón de fondo.
Ya en el año 1899, los hermanos Luis y Agustín Millares Cubas son conscientes de esta nueva forma de ver la ciudad, dejándonos en su obra “La deuda del comandante”, una de las más bellas descripciones que se han escrito de esta zona de la isla: “Hay que entender La Isleta, - hay que acostumbrarse a su contorno característico de cetáceo encallado que cierra por el norte el horizonte familiar de Atlántica, - hay que quererla. Solo así puede sentirse su belleza grandiosamente salvaje”. Siguen describiendo los Millares: “la línea familiar de su contorno, se deforma y cambia según el sitio de donde se contempla hasta el punto de parecer otra y llegarse a creer en el milagro de una tierra nueva surgiendo en una noche de los abismos del mar”. Después de describir los tres edificios volcánicos más destacados, despliegan una encendida defensa de este espacio “… serán para el extranjero un paisaje desolado, árido y triste; pero para nosotros representan lo último que de la tierra canaria divisamos al partir, lo primero que se nos mete por los ojos en la fiesta de la llegada, el recuerdo melancólico, la promesa espléndida del hogar…”. Y continúan esgrimiendo argumentos para poner en valor este paisaje: “Es hermoso, sí, aquel amontonamiento colosal de rocas violetas, desgreñadas al parecer por desconocidas cóleras, ahuecadas en su base por el golpe eterno, constante de la ola”.
Esta temprana consideración del paisaje volcánico, merece destacarse. Es lo que más de un siglo más tarde destacará el escritor Juan Manuel García Ramos, cuando en uno de sus artículos reflexiona, en referencia a la isla de Lanzarote, sobre “la conciencia paisajística de un pueblo que a la vista convencional carece de paisaje”. Esta “visión convencional” es la que debió estar detrás del intento de repoblar con eucaliptos los conos volcánicos de La Isleta. Inútil empresa llevada a cabo, según recoge en su edición del 26 de julio de 1907 el Diario de Las Palmas, “por orden de los jefes y oficiales de las fuerzas que allí están alojadas”, a fin de conseguir que “aquellos áridos lugares se embellezcan un poco”.
Pero se corre el riesgo de que esta imagen de postal de la ciudad, apenas quede convertida en un trampantojo. Si contemplamos fotografías no tan antiguas de la ciudad, es posible comprobar cómo uno de sus edificios volcánicos ha desaparecido, cual si se tratara de un truco de magia de David Copperfield. Sin embargo, la destrucción de la montaña de La Esfinge, un cono piroclástico que alcanzaba los 128 m de altitud, devorada por una cantera de explotación de áridos, no es fruto de ninguna ilusión óptica. El Paisaje no tan Protegido de La Isleta, no tiene asegurado su futuro, y siguen siendo muchas las amenazas que se ciernen sobre este espacio. Ya la viajera inglesa Olivia Stone, que quedó sorprendida por La Isleta y de la que se ocupó de forma detallada, advertía: “Los españoles que se acercan allí en coche nunca se alejan de la carretera que les lleva al muelle; les traen sin cuidado los guanches, los escenarios de antiguas erupciones volcánicas o la curiosa vegetación, y sospecho que, de alguna manera, ven como una tontería el mostrar interés por este tipo de cosas”. Se puede afirmar que las cosas no han cambiado demasiado, pues hoy en día, la pegajosa burocracia del Cabildo Insular hace muy costoso visitar este lugar. Y aquello que no se conoce, difícilmente se aprecia y se lucha por su conservación. Como escribieron los hermanos Millares: “¡Hermoso, sí! Y su hermosura no está en nuestros ojos, no es puramente subjetiva: es una belleza real. Pero hay que conocerla, hay que meterse en la hondonada que en su base limitan los tres picos principales y saborear el grave y solemne silencio, el sentimiento de abandono infinito que se desprende del paisaje desolado, de la arena violácea, de los peñascos amontonados por el cataclismo prehistórico, de los cardones esqueléticos, única vegetación, del cielo azul que arriba se descubre como la profundidad de un pozo”. Un espacio humanizado que en los años cincuenta del pasado siglo, el escritor Leandro Perdomo definió de forma magistral: “Isleta empinada, apretada y compacta; abarrotada de vida, saturada de olor fuerte a humanidad. Isleta bullanguera, llena de chiquillos y radios, plena de algarabías callejeras y afanes deportivos del vivir de cada día. Isleta doliente, alegre y triste; marinera; supersticiosa y novelesca con sus leyendas de esqueletos extranjeros”.
                                        "LA ISLETA, EN EL PAISAJE DE LA CIUDAD"
     "LA VISIÓN DE LA ISLETA, SIEMPRE PRESENTE EN EL PAISAJE DE LA        CIUDAD"
 
Mi reconocimiento y agradecimiento al profesor de Geografía, D. Rubén           Naranjo Rodríguez por dejarme sus artículos y sus fotos para enriquecer este blog.

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